LA SOMBRA en "Sierras de Fuego"

En el juego de identificación que la novela propone, no se pasa por alto a la Sombra.
El arquetipo sombrío se encuentra personificado en Ibarguren, el Choclo y Ferrasano.
Inescrupulosos, arbitrarios, ejecutores de dominio y poder, manipuladores, maestros de verdades a medias, autores visibles  o invisibles de asesinato.
Sin embargo, "personajes" tan reales como "personas", no dejan de amar o apreciar la belleza expresada en la mujer y el arte.
Se diría que en ellos, el ánimus triunfa brutalmente sobre el ánima. El tánatos apuesta con todo a su favor, y el eros esclaviza cuanto lo apasiona.
Desequilibrios íntimos que llegan a "los próximos" y se hacen sociales. Nadie queda  a solas con su vida privada, al margen de la vida con otros. El depredador interno triunfa sobre el yo y sus olvidados ideales, e inmediatamente el hombre triunfa sobre los débiles.
Mas el poder exitoso del ánimus, tentador y placentero en extremo, no sacia las ansias de armonía, sensibilidad y pureza... Igual que al Dr. Jekyll, el sabor de sus logros, los hunde en mayor desesperación interna.
Intentan, así, aferrarse  al ánima, simbolizadas en Manón, Nina y Rosa. Ellas son el contrapeso interno del que carecen para adaptarse a las normas del equilibrio civilizado y ético.
¿Cómo justificar, desde afuera de ellos mismos, el amor que desea despojar a la madre del hijo, o el amor que se mantiene a distancia de cualquier compromiso real que exija algo de entrega propia, que anestesia la conciencia ante el robo descarado de lo que pertenece a la amada esposa, o que acuda al homicidio para librar de obstáculos el camino?
Los relatos que enhebramos, los discursos que armamos, pueden tener finales varios... tragedias o felicidad, porque lo importante no es, en sí, la resolución, que solo tensa o distiende la inquietud de quien la percibe, produciéndose al fin, la Catarsis. Lo importante es el conflicto entre los opuestos que se comparte con los personajes. Con unos se ejerce la maldad, y con los otros se actúa la bondad. A fuerza de revivir, algo de conciencia se logra. Poco difiere si es en la fantasía o en la carne.
La dualidad íntima de la naturaleza humana es, desde antes de Caín, materia de estudio y negligencia, placer y repugnancia, auto complacencia y culpa, teología y ciencia.
El drama del bien y del  mal estrenando su función cotidiana en la vida de todos.
Campos de trigo y cizaña en el alma y en todo suelo que se recorre.
Fuerzas opuestas y complementarias entre las que evolucionamos con la mínima fuerza de la Gracia que impulsa hacia la bondad original, y como a un ave moribunda, alimenta con granos nutricios.

Excelsa dramaturgia arrolladora de la existencia, ante la que -impotentes-  garabateamos mensajes que las delaten... blandiendo cinceles, espátulas, arcos y papeles.

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