29.10.13

Somos Nuestros Recuerdos

Ensayo

Somos Nuestros Recuerdos  
¿Qué son los recuerdos, sino la propia identidad?
¿Cómo separar la individualidad consciente de las experiencias cargadas con la percepción de otros seres, sabores, colores, sensaciones y emociones?
Los recuerdos son archivos de sucesos que se desvanecieron en el tiempo y el espacio tangibles. Sin embargo su eco, su impresión, su fulgor, quedan en nosotros, y la conciencia se construye con ellos.
La sensualidad es el vestido del alma. Tan distinta al ser abstracto denominado “espíritu”: no emotivo, por completo inteligente y funcionalmente racional e intuitivo.
¿Pero cuándo y dónde se despojan los recuerdos de los sentimientos?
¡Es tan largo el viaje! ¡Tan lejano el día de la desnudez, la liberación! Y entonces… ¿qué seríamos? ¿Una conciencia sin sentires, con recuerdos despojados de pasión, ternura, asombro y  añoranza?
¿Qué seremos entonces? ¿Quiénes seremos?
Margarita, mi amiga de la infancia, solía llamar a ese final imaginado: “Nada”. Para mí, era Algo. Algo desconocido, pero algo al fin.
A veces, mientras discurríamos sobre este tema, comiendo kinotos a la hora de la siesta, me indignaba un poco su teoría de la Nada, y con vehemencia le aseguraba que si bien no íbamos a llegar al gran encuentro con Dios siendo ella y yo - tal como nos veíamos y reconocíamos ahora -  eso, en absoluto tenía que ver con la Nada.
Tal vez me daba miedo pensar que seríamos Nada. Nada de conmoción, ni esperanza ni pena. Nada de júbilo, ni estremecimiento, ni duda, ni arrepentimiento… Nada de expectativa o ilusiones, ni desconsuelos, ni venturas… Nada de todo lo que nos llena a diario la mente y el alma.
Dice el Apóstol que solo el amor no pasará, y lo creo. Mas… ¿cuánto soy amor para pensar que algo quedará de mí misma?
El verdadero amor es un futuro, o tal vez está mezclado en los recuerdos infinitos de mi alma, con  tanto secreto que ni yo misma puedo ver las hebras que lo distinguen. Deben ser unos hilos finos y escasos, envolviendo mi conciencia.
¿Y los recuerdos? ¿Y los rostros, los nombres, las promesas, los balbuceos, los hijos, los pájaros que me cantaron, y los amables que me han dirigido una compasiva palabra?
¿Y la mirada comprensiva de mi perro, y el modo de pintarse los rostros los payasos?  ¿Qué sucederá con el perfume de las flores que me regalaron, los nombres de los amigos, y el sabor de las comidas de mi abuela? ¿Y los aromas del baúl traído de Italia y del patio recién baldeado? ¿Y qué de los rumores del viento en los eucaliptos, las melodías tocadas en el piano de la casa, el tono de voz de mis amados y el ronquido de las olas?
 ¡Ay, mi Dios! Si los abandono, ¿quién los recogerá con un poco de respeto?
¡Señor!
Te pido que recojas mis recuerdos con gesto compasivo y los guardes.
Guárdamelos, Señor. Guárdalos  como  tesoros, porque  ellos contienen quién  soy y  quién he sido.
Pero por si acaso hay otras cosas más importantes a las que debas prestar atención, deja que los escritores te ahorremos un poco el trabajo de abrigar los recuerdos de tantos. Deja que los guardemos en diarios íntimos, en cuadernos… en cartas y pentagramas… en piedras, lienzos… ¡y en nuestros modestos libros!





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