Somos Nuestros Recuerdos
¿Qué
son los recuerdos, sino la propia identidad?
¿Cómo
separar la individualidad consciente de las experiencias cargadas con la
percepción de otros seres, sabores, colores, sensaciones y emociones?
Los
recuerdos son archivos de sucesos que se desvanecieron en el tiempo y el
espacio tangibles. Sin embargo su eco, su impresión, su fulgor, quedan en
nosotros, y la conciencia se construye con ellos.
La
sensualidad es el vestido del alma. Tan distinta al ser abstracto denominado
“espíritu”: no emotivo, por completo inteligente y funcionalmente racional e
intuitivo.
¿Pero
cuándo y dónde se despojan los recuerdos de los sentimientos?
¡Es
tan largo el viaje! ¡Tan lejano el día de la desnudez, la liberación! Y
entonces… ¿qué seríamos? ¿Una conciencia sin sentires, con recuerdos
despojados de pasión, ternura, asombro y
añoranza?
¿Qué
seremos entonces? ¿Quiénes seremos?
Margarita,
mi amiga de la infancia, solía llamar a ese final imaginado: “Nada”. Para mí,
era Algo. Algo desconocido, pero algo al fin.
A
veces, mientras discurríamos sobre este tema, comiendo kinotos a la hora de la
siesta, me indignaba un poco su teoría de la Nada, y con vehemencia le
aseguraba que si bien no íbamos a llegar al gran encuentro con Dios siendo ella
y yo - tal como nos veíamos y reconocíamos ahora - eso, en absoluto tenía que ver
con la Nada.
Tal vez me daba miedo pensar que seríamos Nada. Nada de conmoción, ni esperanza ni pena. Nada de júbilo, ni estremecimiento, ni duda, ni arrepentimiento… Nada de expectativa o ilusiones, ni desconsuelos, ni venturas… Nada de todo lo que nos llena a diario la mente y el alma.
Dice
el Apóstol que solo el amor no pasará, y lo creo. Mas… ¿cuánto soy amor para
pensar que algo quedará de mí misma?
El
verdadero amor es un futuro, o tal vez está mezclado en los recuerdos infinitos
de mi alma, con tanto secreto que ni yo
misma puedo ver las hebras que lo distinguen. Deben ser unos hilos finos y
escasos, envolviendo mi conciencia.
¿Y
los recuerdos? ¿Y los rostros, los nombres, las promesas, los balbuceos, los
hijos, los pájaros que me cantaron, y los amables que me han dirigido una
compasiva palabra?
¿Y
la mirada comprensiva de mi perro, y el modo de pintarse los rostros los
payasos? ¿Qué sucederá con el perfume de
las flores que me regalaron, los nombres de los amigos, y el sabor de las
comidas de mi abuela? ¿Y los aromas del baúl traído de Italia y del patio recién baldeado? ¿Y qué de los rumores del viento en los eucaliptos, las melodías tocadas en el piano de la casa, el tono de voz de mis amados y el ronquido de las olas?
¡Ay, mi Dios! Si los abandono, ¿quién los
recogerá con un poco de respeto?
¡Señor!
Te
pido que recojas mis recuerdos con gesto compasivo y los guardes.
Guárdamelos,
Señor. Guárdalos como tesoros, porque ellos contienen quién soy y
quién he sido.
Pero
por si acaso hay otras cosas más importantes a las que debas prestar atención, deja que los escritores te ahorremos un poco el trabajo de abrigar los recuerdos de tantos. Deja que los guardemos en diarios íntimos, en cuadernos… en cartas y pentagramas… en piedras, lienzos… ¡y en nuestros modestos libros!