Lírica
(Algunas rimas sobre la perfección irreductible del amor
y la realización reductible del deseo)
¿Qué ocurre, Señor del Cielo,
que cada vez que le veo
mi corazón queda abierto
como pimpollo,
sin velo?
¿Qué ocurre, que me parece
que hay un río caudaloso
que no cesa y siempre crece-
entre el seno de mi alma
-que se goza y estremece-
y su persona de hombre
donde un ángel amanece?
¡Oh, mi Dios! ¡Qué extraña cosa
nos acercas a la vida:
fascinante como rosa…
como abismo, por temida!
Señor, yo no puedo nada
si no amas Tú desde mí.
Nadie tampoco
amaría
si Tú no obraras allí…
Allí donde el ser es uno
Contigo. Como Agustín,
yo siento que estás más hondo
que lo más hondo de mí.
No me dejes ser cobarde,
dame el valor de sentir
cómo amor en mi ser arde,
¡ya no te quiero mentir!
Y si acaso no merezco
Que a quien amo no me ame,
tenme en tu Luz si perezco.
¡Tu consuelo, Señor, dame!
Lléname de tu entereza,
se tu inmensa comprensión.
¡Que no nuble la pureza
de este amor, ni una pasión!
El secreto honor viviente
de amar aunque no sea amada,
no es angustia, es llamarada
de un rojizo sol poniente…
Aunque la noche viniera
con soledad
conocida,
sé que habrá otro amanecer
en el cielo de mi vida.
Y si no conquisto el gozo
de amar como Tú, Jesús,
dame el alivio infinito
de contemplarte en la cruz.
Buenos Aires, 1987.
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