27.3.15

Carta a Juan Lafinur



(Narrativa de ficción in situ, durante la conmemoración de Juan Crisóstomo Lafinur, 
en el Museo de la Poesía Manuscrita. La Carolina, 27.01.2015)


Santiago, Noviembre 15, año del Señor 1821

     A Don Juan de Lafinur


    Antes que nada, ruego a Vuestra Merced me perdone por enviarle estas líneas.
   Ni siquiera podría asegurar que recordáis mi nombre o mi rostro, ya que apenas nos hemos visto en la tertulia que ofreció Don Gonzalo de Velazco en Valparaíso, a comienzos de primavera.
   Sin embargo, es mucho lo que se dice de Vos. Tanto, como de mí se oculta, para no dar cabida a más deshonra.
  Me atrevo a escribiros por el parentesco que nos unirá en breve, cuando os caséis con mi queridísima prima, y como no sois hombre de formales esclavitudes, por lo que he podido conocer de Vos, sé que no defraudaréis mi osadía.
  Me encuentro desolada, aislada en esta celda por mi familia, hasta que consienta con sus voluntades. Es que me niego a viajar a España como esposa de un hombre de aquella corte, que más valdría para mataderos que para elevar la dignidad de nuestro ejército.
   Eso no sería nada, si - además - no me hallase absorbida por un amor que me obliga a desobedecer los mandatos sagrados. Mi alma vive arrebatada por un caballero de buen linaje y oficio,  que en todo me corresponde, mas ya está casado. Y no he podido sustraerme a obrar como si estuviera tentando al mismo infierno.
   No pretendo que Vos me ayudéis más que a encontrar consuelo.
   Hacedme oír vuestro pensamiento, y me libere yo del terror al fuego eterno y a la maldición de mis propios padres. Al menos, si la excomunión me toca, sabré que no ha de ser tan malo teneros por compañero en el Averno.
   ¿Acaso deben nuestras vidas pasar siempre por el tamiz de dominicos y jesuítas?
   Me es claro que lo vuestro son las Leyes y las Letras, no creáis que confundo vuestro oficio... ¡Es que no hallo confesor que me guíe! Pues como no me arrepiento de mis tendencias, ninguno puede absolverme como debiera.
   ¿Por qué pondría Dios tanto amor en un corazón, si no lo quisiese?
   Decidme que Dios no tortura, Don Juan. ¡O decidme que Él no existe! y os creeré ciegamente. Porque me inclino más a consentir con el valiente contestatario que con el cobarde que se santigua.
   ¿Podrá el Dios de las celestes esferas ofenderse por los actos de conciencia de una frágil criatura?
   Me ha impuesto castigos en mi celda, a ver si con el padecer se alejan de mí los placeres del pensar, como Vos, por encima de las reglas.
   Gracias al que me imponen por prometido, y sin temor a confirmar noticias ilusorias, puedo aseguraros que se gesta la contra revolución en el Río de la Plata, y que el rey sostiene con tesoros ostentosos a los que traicionan a la primera.
   Pues vea Vuestra Merced la incoherencia: desean destruirme por confesar mis sentimientos y negarme a ser parte de sus intrigas... ¡pero me tendrían por condesa si aceptara la fortuna mal habda y me volviera contra los criollos de las Américas!
   Agoniza mi razón, Don Juan.
   Tened piedad... ¡y concededme el Sacramento de vuestras Ideas!

   Aurora