Me
adentro en el universo astral que el Poeta materializa con su palabra. Me uno
en maridaje con su metáfora hasta comprender apenas un átomo de la realidad
infinita que pronuncia. Solo entonces ¡puedo verlo! Ahí mismo donde antes no
veía nada más que una imagen sobre la página.
En
el espacio sin deterioro, sobre las hojas de almanaques y relojes pulverizados,
celebra su ritual el sempiterno daimón
del Poeta.
Se
escucha su pisada haciendo retumbar la tierra hasta los confines. Es un latido
que vibra como la voz, como el tambor, como la tropa. Con poderosa fuerza toca
en el parche del sueño.
Llama
el numen del Poeta y la sangre escucha. Invoca discípulos con la rosa de los
vientos en mano, sin reparar en lejanías, miedos o patrañas.
Llama
a la raza de los escritores y ellos perciben por instinto las señales inquietantes,
ondas vibrantes que atraviesan el éter como voces submarinas de cetáceos.
Su
salvaje canto invoca el poder del cosmos, que no alardea de supremo y le
obedece.
Los
hábiles guerreros de la pluma van llegando con movimientos de espectros
vacilantes, al punto que avistaron desde lejos: el fuego bajo el árbol magno.
La
figura del artífice sanador se insinúa en el humo, al trasluz de la luna,
haciéndose visible a sus estrechas miradas. Los necesita fuertes, nuevos. Como
chamán curador de sociedades, conjura los serpentinos maleficios de la
arrogancia, hasta que los imberbes de la Letra exudan con ácidos hedores, toda la
ignorancia. Al fin, los libera.
Uno
tras otro se irguen entre las sábanas de Psiquis. Sumidos en humillación, palpan la desnudez con que
fueron recreados. Como adanes y evas soportan el mito desgarrador de haber sido
arrojados para siempre del edén de la tribuna.
¿Dónde
probará dotes el intelecto? –inquieren, desolados. ¿Quién recogerá las babas
cuando suene el batir de palmas?
Con
rugido de león, el Poeta les advierte que solo ganarán la inspiración con
humildad visceral, con manos modestas, sucias
de rasguñar pieles y barnices.
¡Buscad
el material en el alma del mundo! –ordena, y ante los ojos azorados de los
razonantes, se abre, cual visión de profetas, el meollo de la civilización.
¡Allí!
¡Allí adentro! – les indica. En el corazón de la caldera donde todos los
pecados se cuecen. Donde se confina a los honestos. Donde cumplen pena los
atrevidos. ¡Allí! En el magma astral del
orbe, del que no deben ser quitados, pero al que ya no pertenecen. Allí deben pisar sin quemarse y pernoctar sin pervertirse.
Allí, tienen que destilar las preguntas puras, descifrar los anhelos, asistir a
las agonías, descubrir la bisagra entre la caída y la gloria.
¡Ahí!-
clama bravío, induciéndolos a arrojarse en la luz desintegradora- ¡En el revés
de la urdimbre, en el reflejo móvil de la obviedad!
Espantados,
aceptan que no habrá misericordia.
Tendrán
que regresar a arar la dura evidencia, a sudar las frentes iluminadas por el
empeño de amar “¡A como sea!”
En
bandadas se arrojan al gineceo alquímico para emerger áureos, creadores de la
palabra nueva, del idioma a-pronunciado
que trasciende distancias, tiempos y materias.
Entonces
el Daimón sopla, enviándolos a
cumplir con la misión irrevocable: ¡resucitar el espíritu!
¡Bellísimo! Decir algo mas sería solo agregar palabras...
ResponderEliminarValoro mucho tu gesto de obsequiar unas palabras. Gracias...
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